Dudar y no dar nada por sentado es uno de mis principios, tanto como periodista como ciudadano de este mundo inundado de información. O tal vez debería decir inundado de datos, porque no todo lo que vemos y oímos es información. Vivimos en la era de la información. O mejor dicho, en la era de la sobreinformación. Nunca antes en la historia de la humanidad había sido tan fácil acceder a datos, noticias y opiniones en tiempo real. Pero, paradójicamente, nunca antes había sido tan difícil distinguir la verdad de la manipulación. En este mar de titulares estridentes, afirmaciones categóricas y medias verdades disfrazadas de certezas absolutas, la duda no es solo recomendable: es necesaria.
Dudar no significa negar por sistema ni caer en el escepticismo radical que rechaza cualquier afirmación sin importar las pruebas. Dudar es un ejercicio de pensamiento crítico, una herramienta indispensable para separar los hechos de la ficción, la evidencia del rumor, la información del engaño.
Cuando dudamos, nos hacemos (o deberíamos hacernos) preguntas: ¿De dónde viene esta información? ¿Quién la difunde y con qué intención? ¿Cuáles son las fuentes? ¿Se puede comprobar? Cuestionar no es un acto de rebeldía sin sentido, sino un mecanismo de defensa ante la manipulación.
La certeza absoluta puede ser peligrosa, ya que cierra la puerta al cuestionamiento, al pensamiento crítico y a la posibilidad de descubrir nuevas verdades
Porque lo malo no es solo tragarnos las diez mil tonterías y mentiras que cada día publican y republican los millones de corderitos que viven en las redes sociales. Lo realmente peligroso es que creamos y hasta comulguemos con la propaganda sutil y cuidadosamente orquestada por ocultos poderes que quieren (y de hecho, hacen) manejar el mundo a través de la mejor arma jamás inventada: la fe ciega en una causa.
En la Edad Media, los poderes del momento —la Iglesia y la nobleza— mantenían su dominio gracias a impedir al pueblo el acceso a la información. No necesitaban convencer a nadie con argumentos ni justificar sus decisiones ante el pueblo. Bastaba con administrar adecuadamente la ignorancia: una población inculta y analfabeta era fácilmente gobernable, sumisa por desconocimiento y resignada por costumbre. El acceso al conocimiento estaba restringido y hasta castigado, y la verdad oficial era incuestionable.
Hoy, esos mismos poderes se han adaptado al momento. Ya no controlan a través de la falta de información, sino mediante su sobreabundancia. No nos privan del conocimiento, sino que nos inundan con datos contradictorios, medias verdades y narrativas diseñadas para confundir más que para aclarar. La estrategia ha cambiado: el enemigo ya no es la ignorancia, sino la incapacidad de discernir.
El bombardeo constante de información ha reemplazado a la censura como herramienta de control. La manipulación ya no necesita prohibir ideas incómodas; basta con enterrarlas bajo un alud de distracciones, polémicas artificiales y propaganda disfrazada de noticia. La desinformación no es un error del sistema, es parte del sistema. Y para lograrlo, utilizan las armas más sofisticadas jamás inventadas: la psicología, la neurociencia y los algoritmos sofisticadamente diseñados para captar nuestra atención, reforzar nuestras creencias y moldear nuestra percepción de la realidad.
No se trata solo de lo que nos dicen, sino de cómo nos lo dicen, de qué emociones buscan activar, de qué sesgos explotan para que aceptemos ciertas "verdades" sin cuestionarlas. Porque una mentira verdaderamente efectiva no es aquella que se impone, sino la que nos lleva, por nuestra propia voluntad, a creer que es verdad.
Ya sé que tú no eres terraplanista (pero ahí están, defendiendo con dientes y uñas esa soberana majadería), vale tu eres más listo, sí, pero cuidado no te duermas en los laureles que torres más altas han caído. Cuestionar como método, es bueno.
Dudar es el primer paso para comprender, y solo a través de la verificación se puede construir una confianza genuina
Frente a la avalancha de información, es conveniente desarrollar hábitos de verificación, contrastar datos, revisar distintas fuentes, buscar evidencias... La tecnología nos ha dado herramientas para hacerlo, pero también nos ha facilitado la difusión de desinformación. La solución no está en desconectarse del mundo, sino en entrenar nuestra capacidad de discernimiento.
En un mundo donde la información fluye sin filtros, dudar no es solo una necesidad: es un acto de responsabilidad.
No te creas todo lo que te he dicho.
¿O sí?
It’s up to you.
Tomás Cascante