Definitivamente el gato de Schrödinger está muerto, aunque... es inmortal
Aburrido en su cajón ha dejado de superponerse
Advierto que hoy estoy de broma y me ha dado por matar al gato de Schrödinger. Ahí va mi pequeña licencia dominical.
Todo el mundo conoce (o debería conocer) la historia del gato de Schrödinger, que, metido en una caja, está vivo y muerto a la vez. Bien, vale, vale… esto es lo que nos han contado y esto es lo que hasta ahora nos hemos creído a pies juntillas (vaya expresión). Pero… más allá de la mecánica cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg o la interpretación de los muchos mundos de Hugh Everett, está la lógica de a pie, la de la mayoría de personas que ahoramismo estoy divisando desde mi azotea. En ese sistema lógico, el gato de Schrödinger está muerto y, además, ha sido sepultado por un alud de entropía que lo ha convertido en un montón de cenizas. Ceniza, esto es todo lo que debe quedar del gato en el interior de su caja.
¿Pero por qué estoy tan seguro de la muerte del gato de Schrödinger?
Como acabo de decir en el párrafo anterior, está muerto por pura lógica.
Schrödinger introdujo a su gato junto con un frasco de veneno, un martillo y un dispositivo con un inestable átomo de no sé qué elemento radiactivo, y cerró la caja. Muy ufano, pluma en mano, escribió su famosa teoría; después salió precipitadamente de su estudio para asistir a una conferencia magistral de Pauli sobre su famoso principio de exclusión y, cuando entrada ya la noche regresó a su estudio, no volvió a prestar atención a su caja-gato, que la señora de la limpieza -ignorante de su contenido- había colocado cuidadosamente en el fondo de una apartada alacena.
Sigamos…
Os recuerdo que esto ocurría en Viena allá por 1935 y que, después de meter al gato y toda la parafernalia en la caja, Schrödinger se dedicó a lo suyo y jamás volvió a preocuparse por Walter (que así se llamaba el pobre gato que le robó a su madre). No lo alimentó, no lo cuidó… Es que ni sabía dónde estaba la famosa caja-gato.
Han pasado casi noventa años desde entonces y, a pesar de que los gatos tengan siete vidas, noventa años sin comer y sin beber… Sin embargo, algunos puristas de la cuántica insisten en que el gato sigue en un estado de incertidumbre cuántica. Pero seamos razonables: si un gato o cualquier otro ser vivo permanece enclaustrado durante tanto tiempo sin interacción alguna con el mundo exterior y sin comer ni beber, el desenlace es evidente.
El gato, sin lugar a dudas, está muerto.
Domingo 2 febrero 2025
En mi Azotea
Tomás Cascante